SAFARI GUÍA

SAFARI GUÍA

LOS MASAIS

Masais son una tribu acostumbrada a la cría de ganado, por lo que siempre se trasladaron en busca de pastos verdes. Pero en los últimos 25 años debieron abandonar muchas de estas tierras por el avance de la agricultura, o por la formación de Parques Nacionales. «La Olng’eher se realizó al pie de la Montaña Santa Oldonyo Ormorwark, próxima a Merelane. Allí los antiguos Morani admitieron los errores cometidos y fueron perdonados o condenados antes de integrarse al respetable grupo de los elders.»

Actualmente, los Masais de Tanzania o de Kisongo -como ellos se llaman- habitan una gran región de clima seco, por eso los chicos son quienes guían al ganado. Todos los días parten con el amanecer y recorren muchos kilómetros buscando agua y pasturas, regresando sólo al final de la tarde.

Debido a la problemática del espacio muchos de los Masais están mudando sus costumbres, aunque para una tribu lo más importante es mantener su identidad y respetar aquello que viene de sus antepasados, de padres a hijos, de generación en generación.

Algunos ya trabajan en zonas de minas -en los alrededores existe la tanzanite, una piedra preciosa de gran valor en el mercado- mientras que otros están cambiando la vida ganadera por la agricultura.
En tanto estos cambios continúan afectando sus costumbres más tradicionales y su modo de vida, mucha de su gente comienza seriamente a preguntarse: ¿cuál es la mejor opción?

Entre los Masais existen diferentes categorías que señalan su poder y su autoridad. Para pasar de un rango a otro es preciso esperar casi 20 años, hasta la realización de «La Olng’eher ceremonia«.

Al igual que en otras tribus, cuando a los chicos se los considera ya maduros les efectúan la circuncisión. Es fácil distinguirlo porque durante algunas semanas se visten de negro y muchos de ellos llevan un maquillaje muy peculiar.

A partir de ese momento, si la ceremonia esta próxima a realizarse, se preparan por medio de los Morani o guerreros (primer rango) para ingresar en su grupo.
La Olgn’ener ceremonia dura tres meses y en ella se renuevan todas las categorías. Tuve mucha suerte: mi llegada a Merelane coincidió con la realización de dicho ritual. Masais de todo el territorio «Kisongo» habían arribado al pueblo para cumplir con la tradición, y así presencié parte de la ceremonia.

Los Morani recibían a los más chicos transmitiéndoles poder y autoridad sobre las responsabilidades de toda la tribu, ya que son ellos quienes de ser necesario estarán listos para pelear.

A su vez, luego de casi 20 años (realizaron la circuncisión en 1983) los Moranis dejaron su categoría y bajo juramento pasaron a la siguiente (Junior elders), cuyo deber es proteger los asuntos de los Masais incluyendo su desarrollo y el arbitraje en caso de disputas. Los Junior elders también avanzaron al rango posterior, el de los Senior elders.

Toda la ceremonia fue presidida por el gran jefe, también llamado Oloiboni, con sus asistentes Malagwanani, que son los jefes de los diferentes grupos Masais.

 

La Olng’eher se realizó al pie de la Montaña Santa Endonyo Ormorwark, próxima a Merelane. Allí los antiguos Morani admitieron los errores cometidos y fueron perdonados o condenados antes de integrarse al respetable grupo de los elders.

 

Fue gracioso cuando en plena ceremonia varios Morani me vistieron como si yo fuese uno de ellos. Me contaron que llevan el color rojo porque lo consideran pujante e impetuoso, y lo relacionan con la sangre y los conflictos.

También supe que a las vacas sólo las matan para comer en algún acontecimiento especial, pues de ellas obtienen su alimento diario: la leche y la sangre. Según su tradición, las frutas que el monte les provee no son suficientes para estar fuertes; por eso a las vacas se les clava una lanza o una flecha en el cuello, y la sangre que cae se la almacena en una calabaza para luego mezclarla con leche.

 

Cuando me lo contaron sentí repugnancia y temí que lo peor sucediera. No me equivoqué!… en mi segundo día con los Masais, todavía de mañana, Lenganasa nos llevó a una boma (un lugar donde viven familias agrupadas).
Allí, una mujer con demasiadas artesanías, no tuvo mejor idea que ofrecerme un vaso de leche con sangre. Pensé en rechazarlo pero me imaginé que no sería de su agrado. Entonces tomé el jarro con una mano, lo miré bien fijo y me convencí de que era posible hacer fondo blanco. Y conté hasta tres, mientras todo el grupo familiar aguardaba ansiosamente que lo bebiese.

 

La cara que habré puesto después de mi tercer trago debe haber sido abominable, porque todos comenzaron a reír. Entonces supe que me sería imposible terminarlo, y lo devolví diciéndoles que no era de mi agrado porque le faltaba azúcar.

 

Todos siguieron riendo y enseguida un niño demasiado delgado de no más de 8 años se acercó y pidió mi cóctel.

En cuanto se descuidaron, con mucho disimulo y una falsa sonrisa corrí a mi bicicleta y busqué la cantimplora para quitarme con agua ese horrible gusto.

LOS ÚLTIMOS CAZADORES

Los Hadza del Norte de Tanzania tratan de mantener sus ancestrales formas de vida a pesar de las presiones gubernamentales.

El sol comienza a salir de la espesa capa de nubes que suele cubrir al amanecer las cumbres de los montes Kindero, que bordean por el sudeste el lago Eyasi en el Norte de Tanzania. En un claro entre la vegetación, sentados sobre pieles de antílope, descansa un grupo de unos 15 hombres, mujeres y niños. La mayor parte de ellos no mide mas de un metro y sesenta centímetros y todos lucen escarificaciones en sus mejillas.

Alrededor de una pequeña fogata, los hombres adultos fuman en una pipa de piedra mientras colocan cuidadosamente plumas de ave en el extremo de flechas de madera.

Sucios chiquillos cubiertos de polvo juegan y lloriquean en los alrededores, y un poco más apartadas, las mujeres, preparan collares y pulseras de cuentas de colores mientras charlan animadamente.

En el idioma que utilizan son frecuentes ciertos cliks o chasquidos que diferencian este habla de todas las demás lenguas de la zona. Es la lengua de los Hadza, o Hadzabe, un pequeño grupo humano que lleva habitando en estos parajes desde hace más de 10000 años. Algunos lingüistas consideran que esta lengua podría pertenecer a uno de los más antiguos grupos de lenguas habladas por la especie humana.

Recientes estudios genéticos han venido a reforzar esta idea, por lo que los Hadza pueden ser los más directos descendientes de los primeros seres humanos modernos que caminaron sobre el planeta hace unos 100.000 años. Pero además, los Hadzabe, de los que se calcula que no quedan más de un millar viviendo en pequeños grupos nómadas en los alrededores del lago Eyasi, han mantenido hasta la actualidad una forma de vida basada exclusivamente en la caza y la recolección de frutos silvestres, la misma que durante milenios siguieron nuestros antecesores.

Al caer la noche, hombres armados con arcos de madera casi tan altos como ellos, salen a acechar a los antílopes y las cebras que se acercan a beber a los cursos de agua.

 

Para abatirlos, los Hadza utilizan flechas armadas con puntas de metal que en ocasiones impregnan con veneno para mejorar su capacidad letal. Pero los grandes herbívoros son presas cada vez más difíciles de abatir debido a la presión que otros grupos tribales ganaderos como los Datoga ejercen sobre los territorios de caza de los Hadzabe.

 

En la actualidad no es frecuente que se consiga abatir más de un gran mamífero a la semana. Los días en que no hay suerte con la caza, los miembros del grupo se alimentan de los frutos del baobab, del tamarindo y de tubérculos asados que las mujeres y las niñas del grupo recolectan con la ayuda de palos cavadores en los alrededores del campamento.

 

En realidad, aunque sin duda la carne es el alimento mas apreciado y la caza la actividad más prestigiosa en el seno de las sociedades cazadoras-recolectoras, el aporte de calorías que los varones hacen a la alimentación del grupo es sumamente inferior al realizado por las mujeres. Se ha calculado que más del 80% de las calorías que consume un individuo proviene de alimentos vegetales recolectados por mujeres.

 

En una media hora, tres o cuatro mujeres ayudadas por sus hijas pueden recoger alimento suficiente para dar de comer a todo el grupo. Mientras los frutos silvestres y la caza no escaseen, los campamentos suelen permanecer en el mismo lugar durante un par de meses. Entonces se decide su traslado a otra zona. Este trabajo no es muy laborioso.

 

Los hadzabe no acumulan muchas más pertenencias de las que pueden llevar encima. Durante la estación húmeda construyen pequeñas cabañas circulares de ramas para cobijarse de la lluvia. Durante la estación duermen bajo los árboles, alrededor de hogueras, unos junto a otros, sobre las pieles secas de los antílopes.

Sin embargo, la reducción de sus territorios de caza y la huída de las grandes manadas de mamíferos son los únicos problemas a los que se enfrentan los hadzabe.

Desde 1939, tanto las autoridades coloniales británicas, como posteriormente el gobierno tanzano, han tratado de terminar en diversas ocasiones con el nomadismo de los Hadza.

El intento más serio de llevar a cabo esta labor tuvo lugar en 1964, cuando el gobierno de la recién independizada República de Tanzania trató de sedentarizar de un plumazo a todos los hadzabe, capturándolos y transportándolos en furgones a un poblado de nueva creación, con casas de ladrillo, agua corriente e incluso un centro de salud.

Decenas de ellos murieron durante el traslado a causa de las epidemias. El resto permaneció en el poblado hasta que se terminaron las reservas de alimentos y entonces comenzaron a huir en pequeños grupos y volvieron a sus actividades tradicionales. Más recientemente, tanto el gobierno tanzano, como algunos grupos de misioneros, han tratado de repetir la experiencia de sedentarizar a estos grupos con métodos menos drásticos, aunque con resultados semejantes.

Los grupos permanecen en los nuevos poblados hasta que se terminan las provisiones de alimentos, negándose a cultivar o pastorear y abandonan el confort de las cabañas en los poblados para lanzarse de nuevo a la vida nómada. Actualmente se calcula que la mayor parte de los Hadza ha pasado alguna temporada de su vida en un poblado sedentario, pero la mayor parte de ellos ha preferido seguir con sus antiguas formas de vida.

¿Conseguirán los Hadza mantener su forma de vida a pesar de todas estas presiones? Momoya, guía turístico de la cercana localidad de Mangola y una de las personas que más ha estado en contacto con ellos, considera que lo conseguirán a pesar de todo.

“Claro que están cambiando en algunos aspectos. Son humanos, ¿no?. Sin embargo, van adaptando estos cambios a su forma de vida. Siguen siendo nómadas, siguen manteniendo sus costumbres, y mientras siga habiendo caza, seguirán cazando. Tal vez es cierto que algunos de los grupos más próximos a nosotros se vuelven un poco dependientes durante la estación seca, pero durante la estación húmeda sobreviven exclusivamente por sus medios, sin ningún tipo de ayuda. Y al otro lado del lago aún hay bandas hadzabe que casi no han mantenido contacto con los turistas. Nunca conseguirás meterlos un poblado y ponerlos a cavar la tierra. Les gusta estar por el bosque, cazar, contar historias y fumar marihuana alrededor del fuego. Son hadzabes.”

 

Mario Pereda.